miércoles, 19 de agosto de 2015

Compartiendo vivencias en el Retorno

Después del evento de Valencia, la velocidad de mi percepción se tomó una nave espacial. Entraba todo a la velocidad del rayo. Para manejar aquel rayo, en el que el pensamiento era bien abstracto, hacía falta conducirlo en tierra. Poco a poco, fui dándome cuenta, admitiendo, que me faltaban circuitos, o mejor aún, que estaban estancados, anegados. ¡Me faltaban circuitos y me sobraban programas!

Y vino lo inevitable: bajada de la estratosfera, o de la montaña. Podía verlo de las dos formas. De todas formas, no lo veía como ninguna caída estrepitosa. Sino como la de un gato, que cae siempre de pie. Una caída que no era una realmente un descenso. Por eso, prefiero verlo como regresar de una cumbre al llano. Era el otro pié, para equiparar el paso del pie del rayo.

Comencé a darme cuenta que los circuitos se abren con paciencia. Es un trabajo parecido al de la huerta, o a un jardín. Digo paciencia, y me aparece un sabor a abuelos, y un observador que traigo desde la adolescencia. Comprendo que lo que no me gustó nunca, era aquella paciencia obediente, una paciencia plagada de conformismos y resignaciones. Por supuesto, ante la paciencia que iba a misa, yo oponía los tanques del escándalo que causaba la rebeldía.


No es aquella paciencia resignada, programada, estigmatizada de las antiguas iglesias humanas. Ni una rebeldía contestaria. Es una paciencia viva, que cada vez es más grande, como una planta. Tal cual.  

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